Bem-vindos ao meu mundo de imaginação. literatura, cinema, fotografia, tradução de poesia e conheçam contos da minha autoria
Racismo
-¿Te casarías
con un hombre negro?- le preguntó una vez a Ana una de sus compañeras de la
Universidad. Por acaso no eran amigas, mucho menos muy próximas, de hecho, se
conocían apenas de la biblioteca de la Facultad de Letras de Lisboa, siendo “hola”,
“buenas tardes” y “¿qué tal?” entre las pocas frases que hasta entonces habían
cruzado.
Sorprendida
con esa repentina proximidad y con ese inesperado deseo de conversar de su
colega y sin saber muy bien a qué propósito venía la pregunta, Ana dejó por un
instante de leer su ejemplar de la revista Evasões
y, deliciándose de su taza de té (aquel con un maravilloso olor a vainilla y
caramelo), levantó la mirada y se limitó a responder:
-
Pues,
mira, no sé. Depende… Depende de muchos factores, como cualquier casamiento. Y
¿se puede saber por qué me lo estás
preguntando?
-
Por
nada. Sólo quería saber. Por curiosidad, nada más. Pero, me sorprendes. Yo que,
de tanto verte aquí en la biblioteca estudiando, pensé que eras una chica más moderna, contemporánea, mas liberal de mente abierta, open-minded, es decir y tú resultas todavía muy retrógrada, muy anticuada, muy intolerante… Yo te acabo de hacer una pregunta tan actual, tan importante, tan contemporánea y tan cosmopolita y tú no eres capaz de darme una respuesta concreta, limitándote a un simple “no sé” y a un vago “depende…”. Estoy decepcionada, Ana…
- - Mira
ahora tú, en primer lugar, una pregunta tan actual, tan importante, tan
contemporánea y tan cosmopolita no se hace “por nada” ni “por curiosidad” y
mucho menos a alguien a quien recién conoces. Debe haber una razón Hasta pensé
que habías iniciado una relación con un chico africano y que me querías dar la
feliz noticia, pidiéndome la opinión. En ese caso, te agradecería la confianza y te felicitaría. Pero, si me
acabas de llamar todos esos nombres, ¿por qué quieres seguir conversando?
-
Disculpa,
era sólo una pregunta. Y además, ¿yo a empezar a salir con un chico así? No,
qué idea… Es decir, nunca se sabe, pero.. no, no. No era nada personal. Era
solamente para saber lo que tú opinabas. Nada más.
-
Ora
bien, tu pregunta ahora merece un poco más de mi atención- dijo Ana disfrutando
de su té, que todavía estaba caliente y que seguía desprendiendo el olor a
vainilla y caramelo- Tu pregunta es tan generalista e igualmente vaga como si
me hubieras preguntado si me casaría con un hombre gordo o con un chico que usa
gafas o con un joven bajo y de ojos azules, si a mí me gustan más los morenos
(si queremos decir la verdad, a Ana no le gustan “los morenos” sino un solo
moreno, además, ella sólo tiene ojos para esa persona y el resto del mundo no
le interesa en absoluto, muy romántica, idealista y sinceramente enamorada de
un solo chico, así es nuestra Ana, y hasta creo que amaría a ese alguien y si
fuera más rubio y más blanco que su madre, pero bueno, esto se queda entre
paréntesis, no es para el público más vasto, y especialmente no para la
chismosa esa que ahora está conversando con ella). O si me casaría con un chico
de otra ciudad. En todos esos casos te respondería lo mismo: “no sé” y
“depende”. Depende de mil cosas: de cuánto tiempo lo conozco, del tipo de
relación que pretendo, de las cosas que tenemos en común, de los momentos que
pasamos juntos, de su comportamiento en determinadas situaciones… De todo eso. ¿Entiendes? Si me hubieras preguntado si me quería casar
con aquel colega mío de la Universidad, aquel que pasa la vida en el Facebook,
que no tiene beca ni tampoco trabaja, sabes, aquel que una vez estuvo aquí
almorzando conmigo, te diría, desde luego que no, pero no por él ser africano,
sino por ser la persona más vanidosa, arrogante, irritante y seudointelectual
que he visto en mi vida… Y por ejemplo, si me hubieras preguntado si quería
tener un marido de la edad de mi papá,
te diría naturalmente, que no, porque si busco un novio, un compañero para
toda la vida, él tendrá que tener una edad próxima de la mía…
-
Ah, eso de la edad no tiene nada que ver, yo
conozco casos con grandes diferencias de edades que funcionan bien.
-
Yo
también, pero son raros (ah, esa tonta nunca más me deja en paz, se me enfría
el té…) Y, también, si me hubieras preguntado si me quería casar con un hombre
que hace años que está sin trabajo o que
ha cambiado quince empleos hasta ahora porque no se aguanta más de tres
o cuatro meses en ninguno, mi respuesta sería un tajante y terminante “no”,
pues , claro, nadie quiere a su lado una persona que no es seria y con
comportamientos infantiles. Ahora, eso de casarme o no casarme con alguien sólo
por él ser o no ser africano, negro, como quieras, no me preocupa mucho y, me
vas a disculpar, no te puedo decir ni “sí” ni “no” sin estar en una situación
concreta que envuelva esta cuestión. (Me vas a disculpar, pero estuve leyendo
una interesantísima revista y bebiendo uno de mis tés preferidos, cuando me
interrumpiste con tu pregunta estúpida y fuera de lugar, pero lo tengo que
mantener entre paréntesis…) Tengo algunos amigos y conocidos negros, son gente
simpática, educada, leída, viajada. Me llevo bien con ellos También tengo
amigos de otras razas (no me gusta mucho esta palabra, pero si existe, hay que
usarla en su debido contexto). Y conozco a muchos chicos y chicas de otras
nacionalidades y culturas, con quien fui trabando amistades a lo largo de mi
camino académico, profesional y personal: tengo amigos españoles, italianos,
mexicanos, chilenos, rusos, polacos, un israelita (Nir, que siempre andaba de
bicicleta y era muy ecologista), un iraní (Mani, mi gran amigo, con quien, a
pesar de algunas divergencias, ahora me llevo estupendamente), Yusuke el
japonés, muchos chinos, pero también debo mencionar a Amalia (una excelente
colega caboverdiana), Kristina, la croata…
-
Ella es croata y tú eres serbia y ustedes se
hablan y no se odian….
-
Claramente,
y ¿por qué nos habríamos que odiar? La guerra pasó, ella es una excelente
persona y tiene la misma opinión sobre mí, no hablamos de la política, ya que
tenemos muchos más intereses en común; la interpretación de conferencias y el
pilates por ejemplo.
-
Bueno,
los amigos son otra cosa, pero, ¿tú serías capaz de vivir con alguien de otra…
cómo decirlo, de otra raza?
-
Ya
te lo he dicho, no lo sé, depende… (Otra vez esta con sus tonterías
interculturales, no sé a dónde quiere llegar y tengo que terminar el té, ya se
está quedando tibio y ya casi no huele a nada).
-
Pues,
si tú sigues insistiendo en que no sabes, significa que eres racista. Por lo
menos escondida y que no lo admites…
-
¡Qué
conclusión! ¿Con base en qué te
fundamentaste? (Piensa lo que quieras, odiosa. Pues, tú eres más blanca que yo,
pero me irritas, si se pudiera ser racista blanco contra blanco, lo sería con
certeza… Y ni sé lo que estaba leyendo y mi té se está quedando frío y amargo,
otra vez entre paréntesis) Y si bien te interesa, una de mis figuras preferidas
de toda la historia de la humanidad es Nelson Mandela, por todos sus méritos en
la lucha por la igualdad y un mundo mejor. Por otro lado a Obama no lo aprecio
mucho, pero no por ser negro sino por determinadas actitudes, por ejemplo el
deseo de interferir en el asunto de Crimea, que a lo largo de la historia, casi
siempre pertenecía a Rusia.
-
Pero,
Obama es el primer Presidente americano negro de Estados Unidos, ¿y, no te
parece que la sociedad americana está más preparada para la abertura
democrática que la Rusia de Putin? Es que, lo que él hace es dictadura pura…
-
Mira,
me parece que más te vale no hablar sobre cosas que desconoces, pero si estamos
en democracia, cada una tiene derecho a su opinión. A mí, personalmente, no me
parece que en Estados Unidos haya suficiente democracia y libertad. Además
ellos resuelven muchos asuntos políticos bombardeando los países que no les
gustan: Serbia, Irak, lo que sea. Además, Putin puede no ser el mayor demócrata
en el mundo, pero tampoco lo pretende aparentar en público. (Espero que esta
tonta comience a leer más periódicos para que pueda basar us opiniones en
algo sin ser las imágenes estereotipadas
que los otros le habrán metido en la cabeza. Yo solamente quiero volver a leer
mi revista. Del té ya ni hablo, debe tener un sabor insípido, desisto, en
fin…).
-
Ah,
ustedes los serbios, siempre defendiendo a los rusos…
-
Para
eso no me faltan razones históricas, culturales, religiosas… pero, volviendo a
tu cuestión inicial: los matrimonios entre personas de razas diferentes: tengo
una amiga eslovena, de ojos verdes y cabellos claros, casada con un chico
angoleño. Hacen una excelente pareja, se quieren mucho y me alegro por ellos.
Por otro lado, me dolió profundamente la situación con el antiguo tenista
alemán Boris Becker.
-
Y
¿qué pasó con él?
-
Pues,
se tenía que divorciar de su primera mujer negra, Bárbara, porque los medios de
la comunicación social lo presionaban tanto y hasta creo que alguien había
amenazado a su esposa de muerte.
-
¡Qué
horror! Pero, bueno, así son los alemanes. Siempre con su orgullo, con su manía
de superioridad, con su identidad, su raza pura. Son todos unos Nazis. Los
odio…
-
Y
tú, ¿no eras muy europea, cosmopolita, tolerante y contemporánea? No me vengas
ahora con odios y rencores. Si te declaras de liberal y open-minded, cuidado con lo que dices. No generalices. (Ah, esta no
se cansa: me interrumpe la lectura, me estropea el gusto del té y quiere acabar
con mi paciencia… pero, no se lo voy a permitir. Si quiere guerra, la tendrá,
pues. Y, por hablar en guerra, como una buena serbia y balcánica que soy, sé
muy bien lo que es guerra y cómo hay que ganarla, por supuesto).
-
No,
es que…
-
Mira,
a lo largo de mi caminata personal, profesional y académica he conocido a
algunos alemanes, entre ellos a mi excelente colega y gran amigo Christian y su
simpática esposa Sabine. Ellos dos no tienen propiamente ideas nacionalistas,
mucho menos racistas ni Nazis. Son personas cultas, educadas y altamente
tolerantes. Y son absolutamente
adorables. Te garantizo que no merecen que los odies.
-
Está
bien, Odiar, no odio a nadie. Es una forma de decir. No digo “odio”, pero los
detesto, no me gustan los alemanes, es todo.
-
Y
¿por qué?
-
Pues,
por todo. Por las guerras mundiales, por su lengua fea y difícil, porque son
enemigos de toda la gente en el mundo y porque… todos los odian, razones no me
faltan.
-
En
parte, tienes razón. A nadie le gustan las maldades ni el hecho de haber habido
dos guerras mundiales (si bien que Serbia participó en ambas y del lado de los Aliados ganó las dos gracias
a su gran coraje, sacrificio y arte militar).
-
Otra
vez tú con tu orgullo nacional… Entiende de una buena vez por todas que estamos en el siglo XXI, en Europa en que
ya no importan ni el pasado, ni las fronteras, ni las banderas de cada país, ni
mucho menos la Historia. Ahora es todo más flexible, podemos viajar sin visado,
no nos interesan ya los vencedores o perdedores de las guerras. Todo eso es
pasado. Ahora somos ciudadanos del mundo.
-
Aunque
seamos ciudadanos del mundo, no caímos de paracaídas al mundo. Tenemos nuestros
orígenes, nuestras tradiciones y valores, los idiomas que hablamos, las
creencias e ideales, los gustos, y además, el gusto por la historia no hace mal
a nadie. Una cosa es amar tu propio país, otra cosa bien distinta es odiar los
otros países.
-
Es
que, precisamente por la importancia de la nacionalidad y de la religión, dos
fenómenos muy anticuados, empezaron todas las guerras del pasado. Tenemos que
olvidar eso y libertarnos de lo que nos ahoga…
-
No
concuerdo. No son ni la nacionalidad ni la religión en sí mismas las culpadas
de las guerras sino el discurso político y la manipulación de las palabras e
imágenes del ideario nacional, mítico y religioso por los líderes. Los
intereses económicos, el deseo de dominar y subyugar culturalmente a los más
pequeños y menos poderosos, es lo que lleva a las guerras. Puede ser que detrás
de una ideología nacionalista o religiosa se esconda una aspiración al poder,
no son la religión o la nación las que necesariamente son malas o buenas.
-
Ay,
por favor…
-
Hasta
cierto punto entiendo que no te gusten Francisco José o Adolf Hitler (si bien
que ambos eran austríacos y no alemanes), pero
no puedes odiar a Kant, a Goethe o
a Mozart, sólo por haber hablado alemán. Y, como filóloga que soy, te digo que
no hay lenguas difíciles, porque cada una tiene sus ventajas y desventajas
cuando hay que estudiarla. Feas, puede haber, pero eso depende del conocimiento
que tengamos de la cultura y del grado de identificación que tenemos con un
país o con una civilización. Claro, la parte afectiva es muy importante, porque
mucha gente identifica el aprendizaje de una lengua con las clases de un
determinado profesor de la escuela: si era simpático y enseñaba bien, se nos
quedaban más fácilmente en la memoria muchas más palabras y frases, que en el
aula de alguien cuya única función era cumplir con el programa…
-
Aquí
tienes razón, sí.
-
(Por
fin concordamos en alguna cosa, espero que en breve se acuerde de irse, porque
quiero pedir un nuevo té, este ya no sirve para nada y quiero seguir leyendo mi
revista…) Y eso de la Unión Europea: sí, claro, fue basada en ideales bonitos y
en la intención de promover la paz y la integración. Me parece bien que haya
intercambio cultural, programas de becas como el Erasmus, pero, por un lado,
mientras hay una tendencia globalizadora, hay también una onda contraria, la de
destacar las especificidades de cada entidad. Me parece genial haber ciudades
capitales de la cultura y me encantó Guimarães.
-
Sí,
a mí también, es una ciudad preciosa.
-
Pero,
la existencia y longevidad de la Unión Europea ha suscitado cuestiones aún en
las célebres figuras de la cultura portuguesa como Eduardo Lourenço, cuya, Europa Desencantada traduje con mucho
placer al serbio.
-
¿Ah,
si? ¿No te pareció difícil?
-
(Si
hay alguna cosa que no soporto en este mundo es que me pregunten si algo es
difícil…) Cualquier trabajo que queremos hacer con un mínimo de seriedad y
responsabilidad es difícil, pero me ha dado un enorme gusto traducirlo, porque
adquirí un nuevo conocimiento y una nueva sabiduría. Expresa bien sus opiniones
y me parece que no le importa mucho lo que todos
piensan. En ningún lado existe una democracia absoluta, una igualdad ideal,
entre los propios habitantes de un mismo país hay divergencias económicas,
culturales, religiosas, sociales, etarias, y eso es bueno, porque si no, la vida sería
monótona y viviríamos en una dictadura.
-
¿Cómo
así?
- - Pues
bien, el miedo y la opresión son los mecanismos más usados en los sistemas
totalitarios para formatear las mentes de las personas. Cuanto menos la gente
piensa, más fácil es manipularla, ¿Entiendes? Hace poco dijiste que no te
gustaban los alemanes porque toda la gente los odiaba. Y ¿dónde entra tu propia
opinión sobre ellos, tu propia experiencia con algún alemán para que te puedas
basar en ella y decir lo que estás diciendo?
-
Bueno,
no digo toda la gente, es un modo de decir. No me gustan los alemanes. Ni los
rusos. Ni los brasileños (Ay, esa gente… Sólo piensan en el fútbol, en el café, en las
telenovelas, en las mujeres bonitas, en el samba y en el Carnaval… Qué horror…)
-
Mira,
yo pensé que tú eras una chica muy
culta, que podías ir más allá de los estereotipos (que aunque generalmente se
usen con una connotación negativa, pueden significar algo deseable y aceptable
y nunca es posible eliminarlos por completo. Por ejemplo, cuando a mí me dicen
que todas las mujeres serbias son muy bonitas, que los serbios somos un pueblo
que aprende fácilmente los idiomas y que estudia mucho, pues, me alegra. Es obvio
que me va a gustar el comentario, aunque pueda no ser absolutamente verdadero.
Voy a agradecer las simpáticas palabras de mi interlocutor y claramente no voy
a decir: “Nooo, qué va, es un estereotipo, quítatelo de la cabeza y del
lenguaje.” Claro que no.) Y disculpa ser aburrida, pero ¿qué vas a hacer con
aquellos brasileños geniales como Jorge Amado o Monteiro Lobato? Y ¿en qué
categoría vas a encajar a los brillantes investigadores brasileños que escriben
libros y organizan congresos, como mi colega y amigo Fabio?
-
-
Pues, está bien, siempre hay excepciones, pero…
-
Y
disculpa reiterar la cuestión, pero, tú te casarías con un chico extranjero? Ya
veo que no querías tener ni un marido alemán, ni un marido ruso, ni uno de Brasil,
pero, ¿qué tal alguien de otro país?
-
Pues,
no sé… Depende… Nunca tuve un novio extranjero… Nunca lo pensé… A lo mejor… Sí,
tal vez… si me enamorara mucho y si él fuera guapo y rico (estoy bromeando,
claro), a lo mejor sí.
-
Te
voy a decir una cosa: tuve una conocida que sólo salía con chicos de descendencia
africana. Para experimentarlos, decía ella: para saber cómo se besaban, si era
verdad que eran tan mujeriegos como se solía creer, si eran machistas, si eran
fuertes y resistentes, y a mí eso me parecía extremadamente indigno.
Principalmente para ella, porque me daba vergüenza escuchar con qué pormenores
ella contaba a sus amigas sus salidas y diversiones en las discotecas con cada
uno de sus novios… Y la critiqué una vez.
-
¿La
criticaste por salir con africanos?
-
No,
sino por ser tan fútil y superficial y por no permitirse el lujo de conocerlos
mejor, charlar con ellos, aproximarse más a ellos, saber más de sus culturas…
aprender algunos de sus valores. Pues, yo no apruebo ese comportamiento.
-
Yo
tampoco. Claro que no.
-
¿Y
sabes lo que me dijo esa chica?
-
Ni
idea.
-
Que
yo era racista, imagínate.
-
Pues,
es una tonta, ni vale la pena hablar de ella. Y tú, ¿qué le respondiste?
-
Para
demostrarte que no lo soy, ni tampoco nacionalista, me debo casar con un negro,
con un chino, con un japonés, con un americano nativo (claro, porque no se
puede decir ni “indio” ni indígena”), con un hindú, con un árabe, con un judío,
con un gitano, con un alemán, con un turco, con un húngaro, con un iraní, con
un croata, con un rumano, con un albanés, con un nicaragüense y con un saturnino.
Al mismo tiempo, por supuesto.
Sólo cuando
esta conversación adquirió un tono un poco más gracioso, la interlocutora de
Ana se dio cuenta de que su pregunta inicial no era de las más bien sucedidas,
se rió un poco y la dejó pedir otra taza de té (ya que la primera hace mucho
que está fría y no tiene ni el sabor ni el olor encantadores del inicio del
cuento) y seguir leyendo su bonita revista Evasões,
que había dejado en la mitad de un texto, curiosamente sobre los restaurantes
africanos en Lisboa. Libre de palabras superfluas y temas difíciles, Ana se
volvió a concentrar, pues hoy ha sido un día agotador y mañana le espera un
trabajo de seminario por presentar…